En la medicina, en la enseñanza
moral y religiosa, así como en la educación, siempre se ha convenido en que
entre los seis y siete años se marca un punto de cambio en la vida del
niño. Las madres se dan cuenta de ello
porque los niños ya no lloran tan fácilmente y parecen menos vulnerables a la
ronda de desórdenes físicos que preocupan a las madres de niños más
pequeños.
La escuela ha entrado a formar
parte del panorama general, con mayor frecuencia, durante el séptimo año. Los filósofos hablan de los siete años como
un momento en que el niño ya está formado.
“Lo que es a los siete, lo será a los setenta”, dicen, y esto, en gran
medida, es verdad.
Las personalidades ya están
claramente definidas en áreas de constancia, como el ritmo al cual el niño hace
las cosas, y su temperamento, que puede ser optimista, intenso, exagerado,
fácilmente irritable, blando o paciente.
En el aspecto moral, los niños de siete años ya tienen nociones claras
del bien y el mal. Pero los valores y
las creencias pasarán por muchos cambios, y aún tienen que aprender múltiples
técnicas para vivir. Lo que les aguarda
en el camino del desarrollo es lo bastante distinto de lo anterior, para
requerir una revaluación del papel de los padres.
Es muy importante que tanto los padres y madres de familia como los maestros que tienen en sus manos la responsabilidad de educar a niños de entre los seis y los siete años de edad vigilen su manera de actuar y proceder en determinadas situaciones, así como de brindarles una educación adecuada y de calidad, ya que ésta es la edad en las que van definiendo su personalidad, pero a la vez, pasan por muchos cambios de un momento a otro, y principalmente los padres son los más indicados para lidiar con ello.
Referentes Bibliográficos:
Cohen,
(1997), Aspectos del desarrollo de niños
de seis y siete años, p. 136.
Alumna:
Laura Gaheta Alemán
Licenciatura
en Educación Primaria - Sexto Semestre
Formación
Ética y Cívica
Docente:
Raúl Alejandro de la Fuente Padilla.
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