lunes, 8 de agosto de 2011

¿Por qué debemos enseñar a hablar?


La función tradicional de la escuela ha sido enseñar a leer y escribir. En la percepción popular, la capacidad de descifrar o cifrar mensajes escritos, la alfabetización, ha sido -¡y tal vez aún lo sea!- el aprendizaje más valioso que ofrece la escuela. La habilidad de la expresión oral ha sido siempre la gran olvidada de una clase de lengua centrada en la gramática y en la lectoescritura.

Siempre se ha creído que los niños y la niñas aprenden a hablar por su cuenta, en casa o en la calle, con los familiares y los amigos, y que no hace falta enseñarles en la escuela. Hablar bien o hablar mejor no ha sido una necesidad valorada sino hasta hace poco. Las únicas personas que mostraban interés por ello eran las que sufrían alguna deficiencia física o psíquica que les causaba un defecto importante, pero puesto que la metodilogía y los materiales didácticos eran más bien escasos, quedaban, en definitiva, casi a la buena de Dios.

En una concepción mucho más moderna de la escuela, como formación integral del niño, el área de Lengua también debe ampliar sus objetivos y abarcar todos los aspectos relacionados con la comunicación. En la sociedad moderna y tecnificada en la que vivimos, a menudo nos encontramos en situaciones especiales o complicadas que tienen consecuencias trascendentales en nuestra vida (trabajo, dinero, amistades, decisiones, etcétera). Por ejemplo:
· Hacer una exposición ante un grupo numeroso de personas.
· Entrevistarnos para conseguir trabajo.
· Realizar una prueba oral (oposiciones, juicios, exámenes, etc.)
· Dialogar por teléfono con desconocidos.
· Participar en un programa de radio o de televisión.
· Dejar mensajes en un contestador automático.
· Declararnos a la persona amada, etc.

La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita. Una persona que no puede expresarse de manera coherente y clara, y con una mínima corrección, no sólo limita su trabajo profesional y sus aptitudes personales, sino que corre el riesgo de hacer el ridículo en más de una ocasión.

Evidentemente no se trata de enseñar a hablar desde cero. Los alumnos ya se defienden mínimamente en las situaciones cotidianas en las que suelen participar: conversaciones familiares y coloquiales, diálogos, explicaciones breves, etc., a pesar de que el impacto de la televisión en los hogares está cambiando y reduciendo la comunicación familiar.

En definitiva, hay que ampliar el abanico expresivo del alumno. El mundo de la enseñanza está tomando conciencia lentamente de este cambio.

Daniel Cassany, Marta Luna y Gloria Sanz. “Comprensión oral”, “Expresión oral” y “Evaluación”, tomados de Enseñar Lengua, 2ª. edición, Barcelona, Grao, 1997.

LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PRIMARIA

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